jueves, 18 de junio de 2009

Del negro pendenciero (relato que viene a hacerle justicia a la esencia podri del amigo Deivid)

La segundas partes no suelen ser mejores que las primeras, y mucho menos esta, que justamente quiere desarreglar, arruinar, y llenar de manchas la primera.
Lo justo es justo, y es así cierto que el negro baila tremendo, y que canta mejor todavía. Lo que faltó decir (mea culpa) es que no tiene plata, ni buena fama, ni tampoco vamos a decir que las mujeres le llueven por la vida. Para ser exactos, el deivid es un pibito podri, que según la definición de tal palabra, es un chiquito del conurbano, al que las cosas le suelen salir mal, y al que las muchachas suelen ignorar rotundamente. Frente a esta indiferencia femenina generalizada, los muchachos de su género no se conforman, y salen por los bares de moreno a changuisear, es decir, a buscar mujeres para pasar aunque sea, el mal trago de la noche. Claro, que la mayoría de las noches, lo que consiguen con seguridad es un pedo tremendo, y con suerte, algunas piñas de otro borracho podri de la zona.
Los chiquitos del conurbano se enamoran de ninfas inexistentes, con quienes ellos sueñan todas las noches. Pero mientras el gran amor tarda en llegar y tomar la forma de una mujer terrenal, intentan ganar los favores de alguna pibita chorra de la zona, que lejos de todo romanticismo, sabe poner la carne en su lugar, y si te descuidás, también se lleva la billetera con los pocos pesos que quedaban para otra cerveza.
Una vez hecha esta aclaración, tenemos que volver al negro, que en el afán de conquistar mujeres desarrolló un arte exquisito y único en el mundo, que es el de telarañar. El deivid saca a bailar a una muchacha desprevenida, que hasta ahora solo aceptó bailar por cortesía. Cuestión es que le empieza a dar vueltas y vueltas, haciéndola pasar por debajo de sus brazos, enredándola con manos y pies. Y la víctima, ya entra en un estado de mareo y deslumbramiento que no le permite distinguir cuantas vueltas dio, ni cuánto hay de talento de baile o de frenesí de movimientos. En ese momento, si alguien se detiene a observar, el deivid teje con sus manos una telaraña invisible que va envolviendo a la muchacha. Mientras dura el atontamiento, comienza a desplegar su labia, hablándole de cualquier cosa que entre vuelta y vuelta, haga pensar a la señorita que es conocedor del tema (cabe mencionar que alguna vez alguien lo escuchó de pasada, y pareció que mientras mareaba a la señorita le explicaba sobre inefables danzas de conquistas, una de ellas, la del vacunao). Cuando el tema termina, el aguijón ya está clavado, y si el negro todavía no coronó la conquista con un beso, falta muy poco para que lo haga. En esto consiste el arte de telarañar, del que solo muy pocas mujeres han podido escapar.
Volviendo a la historia de la jujeña, conociendo el espíritu podri de David, podemos imaginar fácilmente, que la señorita que conquistó en los pagos de Jujuy no era nada menos que una pibita chorra de la región. Podemos imaginar también, que depués de un viaje entero de changuisear sin resultado alguno, por fín pudo telarañar a la señorita en cuestión.
Es verdad que David la buscó al día siguiente, y que en un espejo infinito de umbrales no la pudo encontrar.
Lo que esta pluma ocultó, no por maldad sino por desconocimiento, es que en otro bailongo, unas noches después, el negro se encontró a una parienta suya, quien le dijo que podía encontrar a la señorita perdida en otro baile. El negro se aferró al dato, y la fue a buscar (porque pibita chorra, pero al fin y al cabo conquista, y también podemos admitir que le gustaba bastante). Cuando llegó a la parranda, ahí nomás estaba ella, pero acompañada por otro hombre. Y ya no tenemos mucho más que decir.
Así que le hacemos justicia al amigo Deivid, chiquito podri del conurbano, a quien no le suele ir bien con las mujeres, y a quien le rompieron el corazón por los carnavales de Jujuy.
A la jujeña ya le podemos decir traidora, y escribirle una canción con ese epíteto. Y cada cual, que se quede con la historia que prefiera, si la romantica, o ésta, que es tan decepcionante como la vida misma.
Yo me quedo con una sola imagen, que es una calle de umbrales infinitos, y un hombre que se sintió muy solo en aquel laberinto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó

veredas rotas dijo...

gracias anónimo!pero quién serás... soy tan chusma