martes, 6 de octubre de 2009

¡Feliz, pero muy feliz cumpleaños!

Claro que cumplir años es siempre una experiencia de lo más agradable (siempre y cuando uno esté al tanto con el conformismo y la resignación necesarias para aceptar el número de aniversario en cuestión, y no se insista demasiado en balances innecesarios e improductivos, por lo menos ese día). En fin, suele ser un acontecimiento agradable, gratificante; una excusa para recibir saludos, abrazos, deseos de felicidad, y algún que otro regalo.
Pero… (y sí, tenía que haber peros) no es lo mismo cumplir años un día jueves, un día martes, o un día domingo. No es lo mismo tampoco llegar al célebre momento en verano, en invierno, en un día de lluvia, de tormenta eléctrica o con un sol que raja la tierra. Ni hablar de la terrible fatalidad de los del “29 de febrero”, esos casos que siempre alguno comenta en una reunión. Nadie soporta la capacidad de resignación de esas personas, destinadas a cumplir la condena de la inexactitud, de la mendicidad de la propia fecha, que como todos sabemos, solo llega cada cuatro años.
También hay casos trágicos (y solo puedo relatar esto desde la triste vivencia) de aquellos que deben compartir esta fecha tan única y especial con un pariente: madre, padre, hermano, sobrino, o hijo, circunstancia ante la cual uno comienza a elucubrar un oculto mensaje kármico ligado al familiar que con su solo nacimiento (cuestión muy delicada a la hora de hacer acusaciones) nos arrebató el derecho a la exclusividad. Aunque también conozco casos peores, como los actos patrios, o la coincidencia con la navidad o el año nuevo, eventos que pulverizan completamente la sensación de homenaje, porque todos se saludan efusivamente con un regalito bajo el brazo.
En fin en fin en fin, el cumpleaños está determinado por infinitas vicisitudes que año a año pueden convertir la conmemoración de nuestra vida en un momento trivial, feliz o desastroso.
Como soy amiga del divague, pero tampoco doy puntada sin hilo, he aquí mi relato, basado, por supuesto, en hechos reales sucedidos a terceros que acuden a la taquígrafa para dar cuenta de lo extraordinario, lo maravilloso, o como acontece en esta oportunidad, simplemente de los infortunios que nos depara, precisamente, la misteriosa rueda fortuna.
Cumplir años un día lunes puede ser algo bastante incómodo, sobre todo si la persona se ajusta a la cábala de no festejar antes (por temor a muchos años de mala suerte) y además tiene el despechado capricho de querer reunir a sus amigos en el mismo día de la fecha. En este preciso caso, la señorita x se reunió con su familia el domingo a la noche, a la que mantuvo en vilo hasta las doce en punto para no caer en las terribles fauces de la mala suerte. La velada familiar comenzó temprano, y como entre parientes todos se conocen (hasta los chistes, las historias y las discusiones), a las once y media ya todos bostezaban y miraban el reloj ansiosamente para librarse de la inútil espera por un “feliz cumpleaños” y el ritual de pedir los deseos y soplar las velas, y finalmente, cumplir los años muy pero muy feliz.
La señorita se acostó algo agotada y alcoholizada, porque entre otras cosas llenó la angustia de su espera en el diminuto espacio de su vaso, todas las veces que pudo. A la madrugada se despertó sobresaltada porque una tormenta eléctrica le anunciaba un día repleto de agua y humedad, hechos que siempre alejan a las personas de la casa de un cumpleañero, especialmente si el cumpleaños acontece un día lunes.
En fin, el glorioso día de su cumpleaños, la señorita amaneció con una terrible resaca y muy pocas horas de sueño en el haber, sumadas a la nefasta sensación que se tiene en los amaneceres de los días lunes (y no necesito citar a sui generis) en los que la vida no se presenta como un bendición, sino precisamente como un castigo divino, que a lo largo del día va a ser penoso e interminable.
Es decir, la sensación de sueño y de día laaaaargooo tenía un final oscuro, porque a la noche, había invitado a todos sus amigos a su casa, de los cuales, además, quién sabe cuántos vendrían, con ese lunes chorreante de humedad por todos lados.
Estas impresiones que la señorita intercambiaba con su yo interior se vieron agravadas por la confusión que le infundió un tal Docampo, que insistía en que no había cumplido 26 años, sino apenas 25, y que los veintiséis recién comenzaban a ser transitados. Dicha teoría le pareció halagadora, aunque absolutamente incomprensible (la escribiente solicita que en todo caso, la teoría sea desarrollada por el profesante, a fin de aclararnos esta cuestión a todos los interesados).
Pero los días, por incomprensibles, por largos, por agotadores, por tristes o confusos, siempre tienen un final, y este tuvo su hermoso final, cuando a señorita se encontró con sus amigos, compartiendo una charla, una pizza y una cerveza. Tal vez haya que decir que aunque los días, la estación del año, o el pronóstico climático nos recuerden que nada es perfecto, no hay nada más mágico que el encuentro de las personas que se quieren, atravesando las distancias físicas y mentales, retornando de los exilios personales y voluntarios para festejar, como excusa, un cumpleaños.