domingo, 22 de junio de 2008

Carta a un piropeador...

Estimadísimo señor de la esquina:
No sabe usted lo que significan para mí sus palabras matutinas. No me malinterprete: esto no es un “me gustás”, ni nada parecido. Supongo que en su recorrido usted desperdiga su “buen día, bonita” o “buen día bombón” por medio ciudadela. No me importa. Usted me hace bien. No sé a las demás. Capaz que ellas se ofenden. Bueno, yo no. Y no tiene nada que ver con sentimientos encontrados. No le conozco la cara y jamás buscaría encontrar sus ojos con los míos. No soportaría que la cosa se pasara de castaño oscuro. Que de ese saludo inofensivo, pasajero, usté se vaya poniendo confianzudo, pesado, molesto, hasta llegar al decime tu nombre chiquita, que no sé qué, que cuándo nos vemos, o se anime a pronunciar una barbaridad de esas que sí molestan, y yo termine insultándolo y mandándolo a la reputísimaqueloreparió. Bien, no soy tonta. Sé que apenas un gesto de aliento puede desencadenar una serie de hechos irreversibles, más para mí que para usted. Porque repito, no soy ingenua. No sé a cuántas (y realmente no me importa) les tira en la cara el buen día bonita, cuántas pasan por su lado, por casualidad o por obligado recorrido. No sé si soy su preferida, una más, o la única piropeada. Sé que sus palabras me hacen sentir en efecto linda, mirada, observada. Paso, y usted no tiene perfume, ni facciones. Apenas fijo la vista en su overol celeste. Usted no sabe que yo me siento tan bien. Porque no lo miro, no hago gestos. Tampoco lo rechazo, claro. Tampoco lo miro mal, tampoco lo insulto. No sé si usté es un intuitivo de las almas femeninas o un animal de impulsos masculinos. La cuestión es que yo puedo sentirme triste, arrugada, abatida, fea. No importa, todas las mañanas, o casi todas, cuando la casualidad nos cruza en el mismo instante, opera el milagro. Por un instante soy linda, observada, increíblemente atractiva. Esa esquina desvencijada me devuelve el mejor de los espejos, desmintiendo todos esos otros en los que me veo gorda, cansada, grotesca.
Le decía, usted no lo sabe, y no se lo puedo mostrar porque ya ve cuáles serían las consecuencias. Usted pasa y yo, rictus en la cara. Pero cuando su espalda ya se eclipsa con la mía, cuando usted ya está pensando nuevamente en el trabajo, en el clima del día, o en la próxima doncella, una sonrisa amplia, radiante y plena se me dibuja en la cara.
Nunca lo sabrá, pero gracias.
La mujer del tapado a cuadros

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno!!! Pero te has olvidado de los que ni siquiera te desabrochan el corpinio... jejejeje!!!!
Te quiero mucho Amiga!!!!

deyvyd dijo...

a mi me parece el proceder de una psiquis histérica...