martes, 13 de julio de 2010

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Una de las mayores dificultades para encontrar al amor de la vida es que, lamentablemente, nunca tenemos el suficiente tiempo como para conocer a todas las personas del sexo opuesto (o del mismo). El amor de la vida podría haber nacido en China o en Nueva Zelanda, lo que aún complica las cosas si uno es un sudaca pobretón cuyo máximo nivel de exploración transcurre entre Gesell y Mar del Plata. Claro que la carencia económica acota las posibilidades, pero bueno, también podemos despojarnos de aquel preconcepto de que los grandes amores son los que rompen los códigos sociales, y podemos pretender un amor de la vida seco y gasolero como el mismísimo buscador.
Asimismo, me he permitido elaborar algunas recomendaciones para no desperdiciar las oportunidades que se presentan, ya que, como sabemos, el aumento de la población mundial durante el siglo XX ha devastado por completo esta teoría tan apta para planetas más pequeños como el del principito, o hasta otros un poco más grandes, pero sin un precio tan alto del viaje en avión, sin subida del dólar y del euro, contra la caída de todas las demás monedas. Pero como saben, apenas toco el tema de oído, así que si algún economista pretende sumarse a la disquisición, será más que bienvenido.
Entonsse, primera recomendación: si el buscador viaja en micro, recuerde que los viajes de larga distancia son ideales para conocer al verdadero amor. Camine por los pasillos cada tanto, torpe y despreocupadamente, para no descartar choques imprevistos, por qué no, cargados de insultos en la primera oportunidad. Evite dormirse, y si se duerme, evite roncar o babear, piense usted que aunque sea el amor de su vida, tampoco estará dispuesto a tolerar lo peor de usted en el primer encuentro.
Segunda recomendación: no ignore a personas que a primera vista usted descartaría por meros prejuicios. Recuerde todas esas historias de cruces de toda índole (el viejo y la joven, la prostituta y el empresario, la chica punk y el flogger, el ruso y la argentina, etcétera, etcétera, etcétera) que cada tanto nos dejan con la boca abierta y un corito de “¡pero mirá vos!”. Sea menos prejuicioso, hable con los ancianos en la cola del banco, vaya a restaurantes de comida étnica, a bares de extranjeros, a recitales de música que no le gusta, amplíe el espectro.
Tercera recomendación: aproveche los momentos de “peor imposible” para creer que se está dando la circunstancia más propicia para que aparezca el amor de la vida. Sin echar baldazo a tal probabilidad, solo recomiendo tener en cuenta que la mayoría de las veces el amor de la vida no aparece y simplemente se nos larga el chaparrón encima, un camión nos ensucia toda la pilcha, nos afanan, se rompe el bondi, se para el tren, nos dejan plantados, nos despiden, etc, lo cual nos deja apenas en el vasto territorio de los ordinarios días de perros.
Cuarta recomendación: vaya a lugares a los que pensaba no ir. Cancele sus propias cancelaciones. Puede ser que a fuerza de contra cancelaciones usted se convierta en un gran salidor diurno y nocturno, especto que suele influir notablemente en el porcentaje de posibilidades (muy poca gente ha encontrado al amor de la vida en su propia casa).
Quinta recomendación: contrariamente a la recomendación anterior, propongo que tampoco se pase de mambo y que cada tanto haga “guardias” en su propio hogar. Tenga en cuenta el gag del llamado o la visita inesperada.
Si usted cree que me dedico a mirar películas románticas y que todo lo que digo jamás estuvo tan alejado de la realidad, le diré que es muy cierto. Pero bueno, si hay que creer en algo, me quedo con el absurdo.
A quien tenga más recomendaciones le ruego que las envíe. A quien se considere el amor de mi vida, le ruego que me escriba en privado, que me envíe su dirección, teléfono, mail, o que me mande rosas durante un mes. Luego puede revelar su identidad.
¡Hasta pronto!